Cuando entras en un edificio de los juzgados ves mucha gente.
Están los justiciables – clientes, para otros- que van mirando para arriba y para abajo, y para los lados, y preguntando.
Están los abogados, concentrados en sus alegatos o acompañando a sus clientes y explicándoles en qué consistirá el acto al que van a asistir y por qué tardan tanto los juzgados en hacer las cosas.
Están los funcionarios que llegan a sus oficinas, despachos o salas de vistas.
Y también hay otros que saben dónde van, que entran y salen, que suben y bajan, que llevan papeles, que están por todos lados, sin vestimenta específica, pero ágiles. Salen a tomar café y siempre vuelven. Conocen los pasillos, las oficinas, a la gente.
Son los Procuradores.
También patean la calle, practicando notificaciones y emplazamientos, cumplimentando mandamientos y oficios…. Van a los Ayuntamientos, a las Notarías, a los Registros de la Propiedad, y aun sin fin de sitios más. Se mueven bastante. No son perezosos. No pueden serlo.
Tienen que estudiar derecho y luego un máster y colegiarse.
Ostentan prácticamente en exclusiva la posibilidad de representación ante los juzgados, salvo en la jurisdicción laboral, la instrucción penal y algún otro caso. A grandes rasgos, o vas tú al juzgado, o mandas a un procurador: generalmente no es posible mandar a otro.
Aunque representan al justiciable y hablan por él, su verdadero cliente es el abogado. Es con el abogado con quien se relacionan directamente y de quien reciben las instrucciones y normalmente sus honorarios.
Ahora también tienen que hacerse amigos de los ordenadores. Muchas actuaciones se practican telemáticamente y ellos son los responsables de que lleguen a buen fin. Los grandes despachos tienen informático.